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La enfermedad es mentira

Publicado el 05 de febrero de 2020

En una nueva entrega de Crónicas Del Mar, entrevistamos a un personaje entrañable de Reta. Mabel Matilla, de 84 años, es la hija mayor de una de las diez primeras familias que pobló el balneario.

Texto y fotos: Daniela Barrera

Ella me sonríe y en un guiño, en su mesa, Martín Reta también. Ojo, sonríe mucho pero no siempre; no a todos. Mabel Matilla, a sus 84 recién cumplidos, se cansó de luchar con los precios. Tiene ganas de que el negocio siga funcionando sólo como estafeta postal y parada de la combi que viene y va de Tres Arroyos. Mantener un almacén no es fácil y más los días como hoy que el verdulero le dejó la mitad de las cosas que ella había encargado. Abre El Dinamarqués a las ocho de la mañana. Le pregunto si reniega mucho y cómo es el trato con la gente desde su comercio: “No, yo no tengo problema. Lo que pasa es que hoy vino toda gente renegada, con problemitas, y el verdulero no trajo manzanas, no trajo banana, naranja. ¡No trajo nada! Solamente lechuga, tomate y una papa. Cuatro cosas. Me levanté tranquila hoy, regué las plantas… pero después renegué todo el día, pero bueno, ya está”. Así empezamos.

- ¿Cómo es un día tuyo?
Me levanto siete y media. Acomodo un poco y ocho y pico ya abro: hay gente que viene temprano. ¿Para qué me voy a levantar a las seis que pasa La dorreguense si le puedo entregar los envíos a la noche?

-¿Qué recordás de los primeros años del comercio, la llegada de la luz eléctrica?
Empecé con la primera tienda en 1976. En el 78 llegó la luz. Faroles, lamparitas y candiles, todo a kerosene. A mí siempre me encantó leer y como no se podía gastar mucho kerosene porque acá no había (lo íbamos a buscar a Copetonas), a la noche leía con un candil. Mi papá decía apagá ese farol y yo con el candil hasta las dos de la mañana, aunque me llenaba de humo la nariz. Muchos no saben qué es el candil.

En ese cuartito que ves ahí abrimos la tienda, después María (la mamá de dos de sus nietos) puso un kiosco y después lo cerramos y se hizo dormitorio. Mabel se levanta, me muestra la pieza: levanta la persiana -hay que ventilar dice-, hay un par de camas, algo de mercadería porque también es una suerte de depósito y están sus ojos llenos de recuerdos. El chico que me vendía sábanas y frazadas es de Copetonas. Cuando empecé me decía te traje diez frazadas, diez juegos de sábanas (no sé, todo lo que era para una tienda). Te lo dejo y me lo pagás el año que viene. ¡Un año me daba para pagar! Pero no subía nada…

***

El martes es mal día. Mi padre decía siempre que todo lo que se comienza un martes no se termina nunca.

- ¿Y por qué esa teoría?
Yo creo que es cierta. Ni idea, pero lo he comprobado. Mi padre sabía mucho.

Y lo repite. Y la confirma. Entonces pregunto qué recuerda de su padre:
Nunca nos faltó nada. Siempre nos dio una buena enseñanza, era demasiada comida la que teníamos: chanchos, gallinas, vacas para ordeñar y toda esta manzana la sembraba él con fruta y verdura. Era tanta que nosotros siendo cinco no la podíamos comer. La gente que venía de Buenos Aires llenaba los baúles de los autos con zapallos, de todo.

En el año 60 Antonio Matilla ya no sembraba más. Y murió en el 62. Nélida, su esposa, falleció en 1996. Ella de Oriente, él de Copetonas. Eran talabarteros, en la calle Constituyentes en Tres Arroyos todavía está la casa donde tenían la talabartería. ¿Vos sabés lo que es?, me cuestiona Mabel. Da gusto poder contestarle que sí.

- ¿Cómo fue tu llegada a Reta?
Vinimos en el 45, cuando a mi marido lo ocuparon para hacer la apertura de las calles 48 y 25, junto con Sánchez, el papá de Cacho, abuelo de Tomás. En esa época no había Delegación, nadie pagaba impuestos; los contrataron desde Tres Arroyos. Con un carrito y una pala ancha y después una máquina lo desparramaba. Era terrible hacer las calles ¡pero qué calles! No como ahora con esos pozos ¡que te caés adentro!

-¿Por qué duraban más esas calles?
Porque le ponían todo tosca, una cantidad así de tosca. Ahora le meten mucha arena. Había canteras de tosca, ahora se fueron tapando con yuyos y tierra y basura. También había muchas canteras de laja en la zona de la antigua colonia y por allá atrás (zona de quintas). Pero se la llevaron toda, estaba de moda en la construcción de las casas y se abusó de la extracción hasta que desapareció.

-Pasaste casi toda tu vida acá ¿no?
Del 45 hasta que me casé, en el 56 me fui a Lin Calel y volví en el 71. Teníamos campo, 320 hectáreas, que se vendió porque era una época piór (sí, piór) que ahora. Tuvimos que rematar las ovejas a 10 pesos cada una, tres cosechas de lana en el galpón que nadie las quería y se terminaron quemando. Hasta el 69 tres años sin llover. En el 70 se vendió el campo: todos los chacareros de la zona se fundieron. ¡Fueron a parar a la miércoles!

Y cuando dice `a la miércoles´ se le escapa una de esas risitas tan propias, que tienen ese pudor como si a su edad la sonrojara decir una mala palabra y a la vez la contundencia que también da la experiencia. ¡Y le queda tan lindo cuando las deja salir!
De chica, acá no había ni un árbol: potreros con vacas y alambre y senderitos para andar. Había que abrir dos tranqueras para poder entrar a Reta, que estaban cerradas porque lo que sí había era animales. Estaba lleno de caballos y vacas, que si no se escapaban.

- ¿No había disputas entre vecinos si alguno se olvidaba de cerrar la tranquera?
No… no éramos muchos. Los Sánchez y nosotros que corríamos cuando sentíamos que venía un auto -cada dos o tres meses-. Abríamos la tranquera y nos tiraban las moneditas. Imaginate: con cinco centavos comprábamos un paquete así de caramelos.

-La tradición….
Y había un camino pavimentado desde enfrente del hotel Océano (en aquel entonces manejado por los Almeida, donde hoy está el corralón La Rusa) hasta la playa. Tocaban la campana en el colegio y salíamos corriendo por ese camino a ver la entrada de las lanchas al mar (que entraban tiradas por caballos). En dos minutos estábamos en la playa. La escuela estaba allí, en un ala del hotel. Y tenía hasta cuarto grado, yo hice quinto en Tres Arroyos y sexto en Copetonas, egresé en el 48.

- ¿Se trabajaba mucho con la pesca?
Las pocas familias de Reta no terminábamos de consumir el pescado y lo tirábamos de vuelta al mar. Era mero, lenguado, todo pescado fino sin espinas. ¡Corvina ni locos comíamos! Y los tiburones iban al saladero.

***

Entre el 47 y el 50 Secundino Fernández hizo un loteo grande. Él había vendido que había plazas, plantas y todo y era todo pajonal y vizcacheras. La gente que venía con el García -que ya estaba funcionando los veranos- ¡lo quería matar! Esto era muy bajo. Atrás de mi casa pasaba un arroyo, por atrás del destacamento y derecho hasta el Santa Rosa, que lo taponaron, lo rellenaron con arena. Yo digo: en cualquier momento el arroyo vuelve ¡y vuela a la mierda las paredes! En invierno el arroyo se ponía ancho cuando llovía mucho. Habíamos encontrado un botecito en la playa y lo teníamos ahí, para pasar a la escuela en el hotel Océano. Se ha rellenado que no te das una idea, pero todavía es bajo.

Y Santa Rosa era chiquito, era sólo el salón ese del costadito sobre la 25, que tiene las ventanas raras. Los sábados y domingo se armaba el baile y las tertulias. Empezaba a las cuatro de la tarde, hasta las 12 de la noche. Había que ir con la madre: mamá se llevaba el tejido, se ponía a tejer y nosotros bailábamos. Teníamos un grupo que bailábamos el Pericón y esas danzas. Y como bailábamos bien nos llevaban a Copetonas.

- Ese fue el primer cuerpo de baile de Reta ¿Tenía nombre?
No, no tenía nombre. Éramos los de acá, Montes, Fuertes, nosotros.
Mabel cuenta que es la mayor de cuatro hermanos: María Julia, Susana que falleció y Juan Carlos, de 79, que está muy asustado por la diabetes. Yo gracias a Dios no tengo nada. Solamente presión alta y locura, arremete.

- Dicen que algunos sufren de locura y otros la disfrutamos. ¿Cómo es mantenerse sana en Reta?
El secreto es no ir nunca al médico. Me dice hacete análisis y yo le digo andá a cagar. Los médicos siempre te encuentran algo. La enfermedad no existe, es mentira, la hacemos nosotros.

- ¿Cómo es eso?
Tenés un dolor en el brazo, entonces como seguís insistiendo que tenés un dolor en el brazo entonces no se te va. Vos tenés que decir y mentalizarte. Yo me concentraba en algo y ñácate, se me iba todo.

- Ahora le llaman atraer el pensamiento positivo
Es lo mismo. Así que yo ya te digo. Mirá, tócame acá: tengo una bolita que me caí hace dos años. Nunca fui al médico. Ahora veo que a veces me duele, pero no le doy bola. Que siga doliendo pero yo no le doy pelota, entonces no duele nada.

Llega un proveedor y cuando reanudamos la charla, Mabel despliega las fotos sobre la mesa. Hablamos de Reta en la actualidad, no le gusta nada el descuido que dice que tienen las calles y el pueblo en general. “Este año está viniendo muchísima gente a Reta, está creciendo aunque al intendente no le interese, aunque las calles estén destruidas”.

- ¿Qué te gustaba más de Reta hace décadas atrás?
La tranquilidad todavía sigue estando, pero había más prolijidad en el balneario. Está todo muy abandonado. Me parece que la plaza es un desastre, no tiene flores, habría que hacer una calle peatonal y que estén más arregladitas las veredas, más plantas prolijas. Por ejemplo, los terrenos que no se venden deberían mantenerse limpios. Es un despelote así. Le falta mucho a Reta, muchísimo.

- ¿Cómo es el trato con el turista en el negocio? ¿Viene cada vez más nerviosa la gente?
Bien. No, la gente es buena. Un poco apurada nada más. Yo les digo: Ya están en Reta, paren un poco. Estén tranquilos.

- ¿Y qué expectativas tenés a tus 84 años a nivel personal?
De acá en adelante, cerrar el negocio ¡y quedarme sentada!


Foto 4: Hotel Océano, hoy sólo se mantiene una parte de la estructura original, corralón La rusa.
Foto 5: Con Chola Jensen, primera delegada que tuvo Reta, a fines de los 70.
Foto 6: Mabel de pequeña, junto a su familia, en la esquina de 48 y 25, frente a lo que hoy es el salón Santa Rosa. Año 1947.

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