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Morgan y la luna

Publicado el 12 de enero de 2023

Crónicas del mar: décima entrega. La noche, lo simple y la fugacidad. Historias basadas en hechos reales y escritas en Reta.

Se acerca a la puerta, rasca el mosquitero -un día de estos lo va a terminar de romper-, dejo de escribir para levantarme y abrirle. Su mirada me lo pide por favor, no puedo negarme ni seguir insistiéndole con que se quede un rato más afuera, al sol. Ya se convirtió en un perro de ciudad, si estoy adentro de la casa él quiere estarlo también.

Anoche Morgan y yo nos sentamos a mirar la luna. Tan llena, con ganas de lucirse, con fuerza, con cráteres que se dejaban acariciar por el lente de mi humilde automática. Radiante, resplandeciente… cualquier adjetivo que le quiera atribuir le queda pequeño a semejante grandeza. En la inmensidad de la noche y los susurros de las cigarras y los grillos y el rugido del mar, no caben más lugares comunes: sólo oír y contemplar basta para entender, para sentir.

En mi cuadra todavía hay poca luz -sólo sobresale un desubicado e intenso reflector ajeno que apunta a mi casa- y todavía se ve limpio el cielo con sus astros. Imaginen entonces la luz blanca de esta luna de enero compitiendo con la tecnología de los que creen que pueden más que la naturaleza y alumbrando los escasos plumeros que quedan, la tierra y los alambrados de los terrenos que han vaciado. Tal vez en ese desconcierto se queda mi compañero, sobre sus dos patas traseras, pidiéndole a Ella que ilumine alguna respuesta a las preguntas que su humana no puede responder.

¡Vamos a pasear! -así, con énfasis-, es la frase clave. Nos ponemos en marcha. Caminamos pero se detiene en el medio de la calle, me mira con ojos de pregunta, hace unos pasos entre los juncos, riega una cortadera, vuelve a mirar; avanza otro poco con el paso cansado, regresa y se sienta sobre la tosca del camino otra vez. Hace casi un año que él no volvía a s hogar natal, al Reta que lo vio nacer hace unos trece años.

Mi pirata está empezando a envejecer. Pisa el pasto crecido como pidiendo permiso, conserva la valentía pero hay un cachito de resignación que me conmueve, hay una desconfianza en esa garras que supieron cazar tucu tucus y liebres a toda velocidad. Ahora está temeroso: cuidado con las rosetas.

Pero seguimos: damos la vuelta manzana y sigo apuntando al cielo. Recuerdo cuando en nuestra primera salida solos a la playa corrimos cuesta abajo en un médano, despatarrados y felices como niños. Era el año 2015 y te pregunté ¿querés ser mi perro? Ahí descubrí tu sonrisa gigante, con esa bocaza y sus colmillos que infundían respeto. Me parece que contestaste que sí y entonces vos me adoptaste a mí.

Estamos acá, siete años y un poco más, y mientras trato de frenar la nostalgia y evadir la noción de lo que está por venir, vuelvo a levantar la vista. Pasa una estrella fugaz y Wosito me alienta al oído ¿Cómo van a convencerme de que la magia no existe? En silencio pronuncio un deseo y en el pecho la sensación de gratitud. Resulta que ya entendí, que dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros.

Texto y fotos: Daniela J. Barrera - Pueblo Reta ©

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