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Una niña

Publicado el 20 de enero de 2024

Crónicas del mar, décimo primera entrega: la espuma del mar y la niñez. Historias basadas en recortes de la vida en Reta.

Entro con la sonrisa de oreja a oreja. No pido permiso pero lo saludo con respeto. Miro su movimiento con atención, elijo por dónde dar cada paso, voy avanzando y le digo gracias. A veces soy la única que se anima en unos cuántos metros alrededor. Paso una ola ¡bienvenida! Paso otra: no hay miedo, hay alegría. Antes de la próxima, me zambullo por debajo del rulo. Me levanta. Saco la cabeza a la superficie, me seco los ojos, extiendo los brazos y me dejo caer de espaldas hacia la espuma de la ola que acaba de romper. Me detengo en ese sonido, el de la espuma deshaciéndose suavemente cerca de mis oídos. Es música. ¿La escuchaste?

La primera vez que la registré, que ese sonido me dio una calma única, tendría once o doce años. Pasaba con mi familia los veranos en otra playa de la Costa Atlántica y a esa edad, por primera vez, una mañana nos dejaron a mis primos y a mí ir solos a la playa (a dos cuadras de la casa y del negocio donde mis padres trabajaban). Las olas suaves pero intensas fueron el escenario de la libertad: ser una niña y sentirme grande, dominando ese mar por primera vez sin la mirada de los adultos. Pero ese instante era algo particular: no ocurría la magia solo con admirar su inmensidad, con meterme, con nadar, con saltar una ola… era el preciso momento en que la espuma rozaba mi cuerpo y se rompía en partículas. Todo seguía un protocolo que repetía sin cansancio: zambullirme, desplazarme con el ritmo de la ola, levantar la cabeza, esperar la siguiente, sentir el impacto, dejarme llevar, hacer la plancha y volver a escuchar la espuma deshacerse. Era un ritual, una bendición, y yo no lo sabía: lo vengo a descubrir ahora, en Reta, décadas después cuando el recuerdo revive.

Entonces, cada vez que esa sensación vuelve a invadirme en mi adorado mar me siento otra vez allí, soy otra vez una niña feliz dialogando con las olas y la espuma en un juego tan personal. Sintiendo esa caricia como un regalo, un hallazgo que se susurra secreto al oído de quienes pueden percibir algo inexplicable.

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